– ¿Me estoy perdiendo algo? – resonó la voz de Pietro desde la cocina
– ¿Qué tal si me dais una explicación? – respondí preguntándole, recriminándole.
Chiara aprovechó para escurrirse de entre mis brazos. Me giré para seguirla con la mirada según se tumbaba en el sofá, apoyando su mejilla derecha en el regazo de Michaella, que permanecía confortablemente sentada, y flexionando ligeramente las rodillas para caber a lo largo. Pietro salió de la cocina con un plato humeante en la mano izquierda y un tenedor en la derecha. Aquella comida, contuviera lo que contuviera, centraba su atención. No retiraba ni desviaba la mirada, ni por mi ni por nadie. Sería la seducción del olor, que prometía un sabor gratificante. Mientras, me sorprendía que siguiera impecablemente vestido y peinado, como siempre, incluso después de matar a sangre fría y escapar corriendo. Yo, en cambio, estaba prácticamente desnudo.
– Eras tú el que me envidiabas porque te tenía – me respondió Michaella con las palabras de mi despedida en el Grand Hotel de la Minerve – Ahora te tenemos los tres. Puedes salir, marcharte, volver a Madrid o dar la vuelta al mundo si quieres. Pero ya no puedes escapar de nosotros.
Era el cazador cazado. O el seductor seducido. ¿Cómo podía haber sido tan cándido para caer en una trampa tan simple? Una mentira perfecta.
Continuará…